8 ene 2012

HISTORIAS COMUNES

Nadie regresa indemne del dolor,

sin memoria ni tierra de por medio,

sin grietas ni triviales miserias.


Nadie regresa sin venir del todo,

dejando la nostalgia de otras suertes atrás,

de otras vidas ya dispersas.


Nadie es profeta en su pasado,

ni reconoce en su propio destino

los jardines borrados, las estatuas,


la ceniza de amores antiguos,

borrados ya los rostros y los nombres

y hasta la obstinación brutal


de conmemorar cada nuevo enero,

de regresar al verano anónimo

y a los atardeceres piadosos.


Brota la memoria de aquellos días

y es mayor el dolor al comprobar

que todas las historias se repiten,


son cenizas de una misma gloria,

voces de una misma luz arrojada,

palabras perdidas y reencontradas,


luces de un mismo dios interminable

al que sólo el índice de los mares responderá,

si la noche es propicia.

A destiempo, 2002

28 dic 2011

POR SI ACASO




Me encontraréis en esos cafetines

repletos de viejas fotografías

que cubren de memoria las paredes,



en los pequeños cines de barrio

donde pasan películas subtituladas

que narran historias de ángeles caídos,

en las salas de espera de los aeropuertos

donde cada mirada es una tarde.



Porque he dejado en suspenso el mundo,

como en un teatro vacío

en el que se abren y cierran las puertas,

con ese gesto casi inútil

de querer negar lo que se esconde.



Porque he dejado en suspenso el mundo

con el mismo cinismo que usa el destino

para cambiar sus cartas de lugar.



Me encontraréis por la calle, simplemente,

allí donde nace nuestro no ser ya más,

porque la vida, como casi todo,

cuenta siempre con sus límites

y la respuesta final suele ser un riesgo.


A destiempo, 2004




12 dic 2011

Que se calle la muerte,

que sordo se adormezca

el vino noble de la piedra,

que se callen las sombras,

la tarde impenitente calle,

la luz última

del último mar,

que su aroma se ofrezca

más allá del fuego,

aúlle el niño, mienta la madre

y los cuerpos se sucedan,

que acabe breve el camino,

la bondad de los años

en su desvarío se temple,

el cálido temblor de las voces

deje su huella en las ventanas

y cieguen los ojos

antes del desencuentro,

que el dolor inmisericorde,

el desvelo, el infortunio

otorguen, al menos, su consuelo.

Sea en su último destierro la vida

un lento abrazo encanecido,

sienta el rumor mineral de la tierra

bajo las ascuas y crezcan

las ramas blancas de la mañana.


La arena, XCV, 2007

4 dic 2011

Dijo madera y cayeron los bosques.

Dijo miedo y el mundo fue quimera.

Escondida bajo la tierra, la nieve

derritió la noria de los cielos.

Ningún lugar quedó al descubierto.

Las aguas cubrieron toda la casa

de extremo a extremo, de hueco a hueco,

dejando que las olas tropezaran

con la estatura de la muerte.


El asombro empieza en el abandono.



La arena, Madrid, Torremozas, 2007.

22 nov 2011

Regresar es ver el dolor al otro lado.

No avanzar ni retroceder. Comprender despacio.

La voz despeñada como un río corriente abajo

llegando a duras penas. Escuchar su caída.

Un golpe húmedo y oscuro

que deja al cuerpo despierto sin orilla

Y es fría la noche ajena que le arropa

la penumbra que vence los ojos sin lenguaje.

En la memoria todo se vive, nada vuelve.

Irse es olvidar lo que no se recuerda.

12 nov 2011

“Luis Rosales: Vivir es ver volver”
Xelo Candel Vila,
Universidad de Valencia
Luis Rosales. El contenido del corazón, (edición de Xelo Candel Vila), SECC, Ministerio de Cultura, 2010, pp .21-41

A Luis Rosales Fouz, imprescindible.

Me llamo Luis Rosales, soy poeta y he nacido en Granada


Luis Rosales nació el 31 de mayo de 1910 en el número 7 de la calle Alcaicería de Granada. Su padre, Miguel Rosales Vallecillos, regentaba un comercio de paquetería y mercería llamado «La Esperanza», en el número 2 de la antigua Puerta de las Cucharas, uno de los arcos de salida a la plaza de Bibarrambla, donde el poeta llegó a trabajar durante unos años, y su madre, Esperanza Camacho Corona, mujer de extraordinaria sensibilidad, pintora de vocación, influyó en la formación artística de sus hijos, de manera especial en Luis y en Gerardo. De los nueve hijos habidos del matrimonio sobrevivieron siete. Luis era el cuarto, le precedieron Miguel, Antonio y Esperanza, «mi divina carcelera», en palabras de Federico García Lorca. Le siguieron José, conocido como «Pepiniqui», Gerardo, el hermano que más se le parecía, según sus propias palabras, y María, la menor. De Gerardo Rosales conservamos un poema manuscrito titulado «Poema de Yavé» y varios retratos literarios hechos por su hermano Luis en El contenido del corazón y en Diario de una resurrección, así como el recuerdo que hallamos en el poema «Con Gerardo junto al lecho de muerte de nuestra madre» de Rimas, el poema «El viaje», recogido en Canciones, o la «Elegía del anochecer», incluida en Rimas y dedicada a la muerte de su hermano. A María, la hermana menor, le dedica el poema «Anunciación y Bienaventuranza» de Abril y el delicado retrato «La vocación» de El contenido del corazón: «Ahora comprendo que a ella le debo la certidumbre de mi vocación: la certidumbre de estar pisando todavía sobre el último grano de arena que se ha quedado solo frente al mar, la certidumbre de seguir siendo el mismo hombre y de volver a prometernos —¿verdad, María? — que, ocurra lo que ocurra, los dos seremos fieles a nuestra vocación».
De la infancia granadina del poeta conservamos abundantes referencias en su obra poética. Además de los retratos de sus hermanos, el propio Rosales ha declarado que La casa encendida era un largo poema dedicado a su padre, por eso decidió introducir su excelsa figura en la segunda versión del libro:

Lo que ha ocurrido con La casa encendida yo todavía no acabo de comprenderlo. Lo escribí en siete días, en uno de los cuales fallé por completo, porque se me ocurrió, para una de las partes, la idea de presentarle a mi madre los hijos que yo no había tenido todavía. Ese día fallé por completo. Yo me di cuenta de que el libro que era una deuda para con mi madre, Retablo, ya lo había escrito. Entonces pensé que tenía que convertir La casa encendida en un libro para recordar a mi padre. Yo me había equivocado y rectifiqué, porque el hombre es menos importante que su obra. Lo que yo hice con La casa encendida fue agrandarla para incluir el recuerdo de mi padre1.

De la misma manera había ocurrido con el recuerdo de la figura materna. Raúl Chávarri, a propósito de El contenido del corazón, apuntaba que no era el recuerdo, en mayor o menor medida cargado de nostalgia, «sino la evidencia de que la madre sigue y seguirá existiendo de una manera casi tangible como punto de encuentro de todos los sentimientos que han pasado y de todos los que podrán llegar, lo que da su originalidad a esta concepción literaria»2. Tras una primera etapa en la que buscaba la adecuación de su aprendizaje como lector y de su puesta en marcha como escritor, y después de una segunda etapa en la que su propósito fue simplemente aprender a hacer poemas y que culminaría con Rimas, en este libro fue donde encontró el poeta su estilo más personal, el tono propio, su voz más íntima y verdadera.
En su familia encontramos, además, el antecedente literario más directo del joven Rosales por vía materna en Antonio Corona Camacho, hermano de su abuela materna, María Corona Camacho, que curiosamente llevaba los mismos apellidos que su marido, Antonio Camacho Corona, pero en orden inverso. Su tío abuelo Antonio Corona, amigo personal de Zorrilla, fue poeta y en su biblioteca pasó largas horas el joven Luis aficionándose a sus primeras lecturas; de hecho, a los quince años tenía ya una biblioteca propia y era suscriptor de Revista de Occidente y lector de El Sol, uno de los periódicos progresistas de la época. De Antonio Corona se conserva en el Archivo Histórico Nacional el poema manuscrito “Los celos de San José” firmado el 19 de marzo de 1907 y un cuaderno que recoge un buen número de poemas publicados por él en periódicos o revistas de la época.
Durante los años previos a su llegada a Madrid, la vinculación de Rosales con los círculos literarios de su ciudad se había concretado en el reconocimiento más o menos explícito hacia los autores consagrados de las generaciones anteriores. En aquella Granada de los años veinte era evidente la tensión entre los grupos literarios más conservadores reacios a ver con buenos ojos las tendencias aperturistas de los jóvenes y los espíritus más vanguardistas de éstos. La vida cultural se desarrollaba en el Ateneo, en el Centro Artístico y en las tertulias y cafés literarios como el Imperial o el Alameda. Luis Rosales era miembro del Centro Artístico granadino desde mayo de 1927 y allí acudía al principio asiduamente aunque sin participar en las tertulias. Son los años de gestación de la revista Gallo, cuyos componentes lograron convertirse en los amigos íntimos de Rosales. El primer poema impreso que conservamos de Luis Rosales fue el titulado «El sauce y el ruiseñor», publicado por el padre del poeta sin su consentimiento en el primer número de Granada Gráfica, en la sección «Los poetas noveles», y estaba firmado por S. Rosales Camacho en 1926, dado que su padre quiso preservar así el nombre de su hijo en caso de que la crítica no fuera demasiado favorable, como así sucedió. El segundo poema, publicado en abril de 1926 en Granada Gráfica, se titulaba «Cómo quisiera morir» y ya iba firmado con el nombre completo, Luis Rosales Camacho. A estos primeros pasos, les siguió su presentación pública, en febrero de 1930 en el Centro Artístico de Granada, en una lectura de poemas que pertenecían a dos libros juveniles, Cartas líricas y Romances de colorido, con una gran influencia de Juan Ramón el primero de ellos y de García Lorca el segundo: «Es muy curioso, en este sentido, señalar que los críticos se han preguntado en muchas ocasiones cómo es posible que yo, que era granadino y admiraba tanto a Federico García Lorca, no haya tenido demasiada influencia suya. (Esto es lo que parece.) Pues bien, este libro era más lorquiano que el mismísimo Romancero gitano»3. Por aquellos años, además de los dos poemas y de algunos poemas de los dos libros señalados, Luis Rosales era ya autor del soneto religioso «Señor, Señor» y de otro libro titulado en principio Sinfonía de juventud.
En aquella época juvenil propicia a las influencias conoció a Joaquín Amigo, intelectual granadino íntimo amigo de Federico García Lorca y la persona más importante en la vida poética de Luis Rosales en esos años de formación. De hecho, a él se debió su traslado definitivo a Madrid. Desde su primer encuentro en 1930, fecha en la que Lorca pasaba ya largas temporadas en Madrid, fueron inseparables. Luis le recordará en el poema «Da comienzo la ronda de los amigos muertos» del libro Un rostro en cada ola: «y al pronunciar la palabra imprevisible siempre llegaba él: / se llamaba Joaquín, / y era mi amigo, mi pundonor y mi maestro». En una carta fechada en Ronda el 19 de noviembre de 1933 el joven amigo y maestro le escribe: “Cuando la convivencia es absoluta entre dos yoes la distancia de alma a alma se percibe más trágica y más dolorosamente que nunca. Tal vez este es el terrible drama de lo humano: que coincidir solos con la máxima plenitud es descubrir el abismo que cierra nuestra hermética soledad. Sí, me comprendes. No es la primera vez que hemos estado tan juntos. Nosotros sabemos ya que todos los caminos, personas, amores, vidas, creaciones, sólo conducen a esta isla terrible tribunal y meta de nuestro Destino que es la Soledad.” La guerra civil acabó miserablemente con los dos amigos granadinos de Rosales: a Lorca le asesinaron los falangistas en 1936 y a Joaquín Amigo lo arrojaron por el Tajo de Ronda los republicanos el 27 de agosto del mismo año. Las dos Españas de nuevo dejaron su impronta en la muerte prematura de ambos y tuvieron como consecuencia en el joven Rosales un desengaño vital y una concepción escéptica sobre la política de la que ya jamás podría desprenderse.
Además de la estrecha amistad que le unía a este catedrático de Filosofía, su nombre aparece junto al de un grupo de jóvenes escritores granadinos —entre los cuales se encontraban Enrique Gómez Arboleya, Luis Jiménez Pérez, Manuel López Banús, Francisco Cirre, Federico García Lorca y Pepe Montesinos— quienes publicaron con el maestro la revista Gallo, que llegó a ser la abanderada de la vanguardia estética granadina y en la que el propio Amigo publicó un manifiesto de la poética vanguardista. A todos ellos les debe el primer encauzamiento de su vocación poética4. En el epistolario de Federico García Lorca encontramos numerosas referencias a este grupo literario granadino. De todas ellas, elijo un fragmento de la carta que Lorca dirigió a Sebastián Gasch, fechada en marzo de 1928:

Mi queridísimo Sebastiá: Ya habrás recibido el gallo. No te he escrito antes porque he trabajado mucho hasta ver andando esta revista. Como soy su padre, no puedo opinar sobre ella. Me enternece. Y desde luego creo que es la revista más viva de las jóvenes. Tiene, creo, unidad y personalidad. Dime qué te parece [...] El gallo en Granada ha sido un verdadero escandalazo. Granada es una ciudad literaria y nunca había pasado nada nuevo en ella. Así es que el gallo ha producido un ruido que no tienes idea. Se agotó la edición a los dos días y hoy se pagan los números a doble precio. En la Universidad hubo ayer una gran pelea entre gallistas y no gallistas, y en cafés, peñas y casas no se habla de otra cosa. Ya te contaré más cosas. Ahora estamos preparando el segundo número5.


La palabra del alma es la memoria

Cuando Luis Rosales deja Granada a principios de los años treinta era ya una figura conocida de la intelectualidad granadina, había conseguido cierto reconocimiento en los círculos artísticos y frecuentaba las tertulias más conocidas de la ciudad. Su obra había ido aumentando con algunos poemas: «Nocturno de la Carrera del Darro», «Canto de Andalucía», «Balada del tenis», «Balada V» y «Balada del niño y el mar». Es la época en la que empiezan a configurarse la serie de las «Oraciones de Abril». Al llegar a Madrid en 1930, junto a Joaquín Amigo, se encontró ante una ciudad abierta a múltiples manifestaciones poéticas: las que empezaban a rebelarse contra el imperio de la poesía purista y del simbolismo juanramoniano; las particulares aportaciones de Lorca y Neruda, de la mano de Dalí y Buñuel, al surrealismo; la difusión del creacionismo de Huidobro y Pierre Reverdy o del ultraísmo, que intentaba reverdecer Gerardo Diego a partir de la revista Carmen y de su suplemento Lola, aparecidas ambas en 1928, el mismo año en el que Lorca fundó la revista granadina Gallo. Era una época compleja en la que la poesía española formaba un crisol dominado todavía por la primera generación del siglo XX, aunque ya se comenzaba a asistir a su progresiva desestructuración, al tiempo alentada por los nuevos nombres que emergían.
Luis Rosales asumió la lección vanguardista; es más, su primera vocación literaria le acerca a los logros estéticos de este grupo. Y no sólo eso, también sus primeras colaboraciones poéticas contaron con el beneplácito de los del 27. Algunos de sus primeros poemas, por ejemplo la «Égloga de la soledad», recogido más tarde en Segundo Abril, aunque en otra versión, fueron publicados previamente durante el mes de abril de 1933 en el número 2 de Los Cuatro Vientos, la revista —recordemos— que causó el enfado de Juan Ramón con Jorge Guillén y provocó el conocido telegrama en el que aquél retiraba su «colaboración y amistad». En esta revista se inició, además, una amistad determinante y perdurable: la que le unió a Luis Felipe Vivanco. En 1934 fue relevante su participación, de la mano de José Bergamín, en la revista Cruz y Raya6 —junto a Luis Felipe Vivanco, Miguel Hernández, Leopoldo Panero o Muñoz Rojas, compañeros todos ellos de generación— y la subsiguiente publicación de su primer libro en las Ediciones del Árbol, colección donde también publicaron Lorca, Guillén, Salinas, Cernuda, Alberti y Neruda7. No hay que olvidar que, junto a Leopoldo Panero y Miguel Hernández, empezó su colaboración, entre 1934 y 1935, en El Gallo Crisis, revista de Orihuela dirigida por Ramón Sijé. Todo lo cual mostraba sin ningún género de dudas la óptima relación existente entre los poetas jóvenes del momento y los maestros de la generación del 27. Guillermo de Torre los llevó a las páginas literarias de Diario de Madrid, Fernando Vela a las de Revista de Occidente, Manuel Altolaguirre publicó en su Colección Héroe los primeros libros de Panero, Luis Felipe Vivanco y Germán Bleiberg. Miguel Hernández publicó sus primeros poemas y su auto sacramental «Quién te he visto y quién te ve» en Revista de Occidente y en Cruz y Raya; Leopoldo Panero y Maravall colaboraron en El Sol, y Vivanco, Rosales y Muñoz Rojas en Cruz y Raya. La generación del 36 no se alzó contra la del 27, más bien al contrario, encontró en ella el soporte necesario para su lanzamiento público. Rosales inicia su labor poética con la publicación en 1935 de Abril, nombre bajo el que se escondía Lola Monereo, compañera de facultad y primer amor del poeta, con el apoyo de Lorca y Guillén:

Bien, tengo que decir que me ayudaron dos personas sobre todo una de ellas, Federico, que, como es bien sabido, siempre ayudaba a todo y a todos. Él fue quien me dio unas cartas para varias personas, entre otras para Jorge Guillén. Así llegué a casa de Guillén con mis poemas, los poemas de Abril, y con una carta de Federico. Creo que Jorge Guillén me miró con recelo, pues Federico era muy generoso y amparaba mucha mercancía y muy distinta y varia. Le leí unos poemas y entonces hizo algo que no olvidaré nunca. Voy a aclarar que lo que hizo primero fueron dos cosas sucesivas. Primero me dijo: «Hombre, si no le importa a usted, señor Rosales —no quiero decir cómo me cayó a mí ese “señor Rosales”: me pareció entrar en el Paraíso de la mano de Jorge Guillén—, si usted no tiene inconveniente, me gustaría que leyese estos poemas delante de mi mujer» [...] leí de nuevo los poemas delante de su mujer, y delante de mí llamó a Pedro Salinas por teléfono y le dijo su opinión sobre los poemas y sobre mí. Cuento esta anécdota para expresar mi agradecimiento, pero también para que pueda servir de ejemplaridad8.

Abril fue pronto considerado un libro central para los poetas de la generación del 36 porque en él se nos descubría una nueva actitud ante lo poético, sin que ello significase una ruptura con el planteamiento vanguardista. Existía más bien una asimilación de cuantos elementos pudieran resultar ya irreemplazables. La lección vanguardista había sido aprendida, y en gran medida incluso necesaria. El propio padre del poeta en una carta dirigida a una amiga de la familia que se conserva en el Archivo Histórico Nacional se refiere a este primer libro de su hijo como un texto vanguardista: “Dicen que la poesía vanguardista se comprende más cuando más se lee, por eso te lo mando, porque si no conoces a su autor conoces a su padre y sé que lo leerás con cariño” . Y, sin embargo, esa asimilación de la estética vanguardista pronto se convierte en un necesario e inminente cambio de rumbo. Al igual que los primeros libros de otros poetas del mismo momento histórico, cuya lección inaugural de su trayectoria la recibieron de los maestros del 27, hay latente en este primer libro el hálito de aquella generación. Ahora bien, aunque muchos jóvenes se dejaron llevar por esos experimentos vanguardistas, Rosales aprendió todo lo que en ese momento estaba madurando en el ambiente, pero «sin que enturbiara la diafanidad de su visión poética del mundo»9. Rosales asimila a sus maestros sin copiarles; hay en su poesía una admiración y al mismo tiempo una clara voluntad de cambio con respecto al 27. La posible perplejidad causada por los vaivenes de las diversas influencias latentes en el ambiente literario es resuelta mediante la integración de los hallazgos propios de la época anterior y al tiempo con un nuevo viraje, «difícilmente se podría encontrar una actitud más comprensiva, más asimiladora, más positivamente valorativa e integradora que la suya»10. Consciente, pues, de los grandes logros vanguardistas, al ser la herencia directa que recibió de sus mayores, su deseo era escribir un nuevo tipo de poesía que, sin renunciar a todas las direcciones que habían sido exploradas por los poetas precedentes, le devolviera los valores olvidados por aquéllos. No se trata, por tanto, de renunciar a la realidad, «sino de organizar la poesía desde la realidad hacia el misterio; porque el logro estético de un poema consiste en referir todos sus elementos a la pura unidad integradora»11, de reorientarla hacia otra realidad íntima o idealista.
En su primer libro, Rosales pudo combinar perfectamente la tradición petrarquista del soneto amoroso con la innovación de una estética neogongorina auspiciada en parte por la generación vanguardista. Dicha unión propiciaba que entre el esteticismo de base pudiera perfilarse el pálpito sentimental, los rasgos de una poesía humanizada que encontrará cauce para su pleno desarrollo a partir de la posguerra. La aportación en este sentido de Pablo Neruda, a quien había conocido antes de la guerra en Madrid, justo en el momento en el que se inicia la rebelión contra la poesía pura, fue decisiva. Recordemos que en Residencia en la tierra Neruda lo incluirá en la nómina de amigos conocidos en su estancia en Madrid. La influencia de Neruda fue determinante para Rosales pues, como más tarde reconoció en el estudio dedicado el poeta chileno, por entonces deseaban un nuevo tipo de poesía que aun recogiendo esos aspectos esencializadores fuese elemental como la vida: «Una poesía que, además de expresar la sensibilidad, diese expresión a la sentimentalidad, y que además de descubrirnos nuevos mundos imaginativos, nos revelara el mundo en que vivíamos con su grandeza y su ventura, su servidumbre y su agonía. Lo que estaba en el aire aquellos años, de manera difusa pero apremiante, era el deseo de restablecer el contacto olvidado entre la vida y la poesía»12.


Calla, tienes que oírla. Es la voz de los muertos

Sin duda alguna, el relevante papel de los hermanos Rosales en la Falange granadina, José y Miguel como jefes de sector y Antonio como tesorero, así como el hecho de que el propio Luis se afiliara a la misma, aun cuando fuera —como ya apuntó Ian Gibson— forzado por las circunstancias, no ayudó a la imagen pública del poeta durante la posguerra. A pesar de las muchas especulaciones sobre la afiliación o no del poeta a la Falange y de la posible fecha de adscripción, podemos afirmar que Luis Rosales tenía un carnet de Falange fechado el 6 de agosto de 1936. Este dato y que la detención de Federico García Lorca tuviera lugar en la casa granadina de su familia fueron determinantes como sabemos para señalar a los Rosales como cómplices del arresto que desencadenó el posterior asesinato del poeta. Sin embargo, como recuerda Díaz de Alda en la biografía más completa que tenemos del autor, la familia Rosales acogía en su casa a amigos de diversa procedencia ideológica: «Esperanza y María Rosales me confirman que en su casa estuvieron refugiadas durante la guerra muchas personas en peligro, republicanos o gente de izquierdas, pero que también acogieron a otras personas amenazadas, recordando que durante la quema de conventos estuvieron viviendo en su casa varias monjas. Luis Rosales consiguió pasar a zona republicana a varios amigos y conocidos. Esta fue, precisamente, una de las opciones que se le ofrecieron a García Lorca»13. El propio Lorca se negó a pasar a zona republicana por miedo a las posibles represalias que pudieran tomar contra su familia, quien previamente había tomado la decisión de enviarlo a casa de los Rosales pensando que de esa manera estaría a salvo. Precisamente allí fue cuando Luis Rosales y él pensaron en escribir un poema dedicado a los muertos de España, Lorca se encargaría de escribir la parte musical y Rosales el texto. Tras su muerte, Rosales escribió una elegía que después fue publicada bajo el título “La voz de los muertos” en el periódico Patria en 1937: “Federico estaba decidido a que realizáramos entre los dos una composición a los muertos, a los muertos de los dos bandos. Él quería que fuese una cantata, o una especie de romance para poderlo cantar. Algo que no fuese una elegía. Y él se reservó la parte musical, para que yo compusiera la letra (…) Posteriormente, a la muerte de Federico, yo hice mi poema como una elegía a los muertos”. Y en la casa de la calle Angulo permaneció Lorca hasta que se presentaron en ella Ramón Ruiz Alonso, Juan Luis Trescastro, padrino por cierto de Elisa Ruiz Penella, hija de Ruiz Alonso, y Luis García Alix. De los tres, el que quedó en la casa y ordenó la detención de Lorca fue Ramón Ruiz Alonso vestido con el uniforme de Falange y, según afirmó, con una orden de arresto. Luis Rosales recordará este episodio en la conocida entrevista realizada por Joaquín Soler Serrano en 1977 para TVE: “La vida del hombre más importante de España ha dependido de la ambición política de alguien que no ha representado ni representará nunca nada (…) No he creído ni volveré a creer en la política.” Hubo entonces dos momentos en los que Rosales puso en peligro su propia vida por defender la de su amigo. El primero tuvo lugar cuando se presentó en el Gobierno Civil para pedir cuentas sobre la detención de Federico García Lorca en la casa de sus padres exigiendo que se le tomara declaración escrita de la denuncia presentada. Allí se congregaron un centenar de personas, entre los cuales se hallaban acompañando a Rosales una docena de falangistas armados, incluidos sus hermanos, para protegerle y apoyarle. Entre los asistentes se encontraba Ruiz Alonso que, ante las declaraciones de Luis Rosales se presentó ante él diciendo que había detenido a Lorca siguiendo una orden del comandante José Valdés y éste a su vez del general Queipo de Llano, quien le recomendó dar «café, mucho café» a García Lorca. La palabra CAFÉ en realidad era un acrónimo que se refería a la “Célula de Acción de Falange Española”, las Escuadras Negras, por lo que con esa frase se sentenciaba a muerte al poeta. Rosales le recriminó que se presentará en su casa vestido de falangista cuando no lo era y con una simple orden verbal que no tenía sin ningún valor a lo que Ruiz Alonso respondió hasta en tres ocasiones que lo hizo “bajo mi única responsabilidad”. Ruiz Alonso, ex diputado de la CEDA, estaba enemistado con los hermanos Rosales desde que al no conseguir renovar su acta en las elecciones de 1936 pidió a José Rosales que intercediese ante José Antonio Primo de Rivera y le admitieran en Falange, pero éste se negó cuando supo que la intención de Ruiz Alonso era que el partido le pagase las 1.000 pesetas mensuales que cobraba como diputado. A todas luces queda claro que este hecho aumentó el resentimiento ante los Rosales y que con la detención de Lorca el apellido de la familia quedaba en entredicho tanto para los falangistas, que podrían ver en este ocultamiento una traición a los intereses del partido, como para los republicanos, que verían en ellos a los delatores, como lamentablemente ha ocurrido durante largo tiempo. El segundo momento tuvo lugar cuando los hermanos Rosales fueron amenazados y Luis condenado a muerte por los enfrentamientos con Ruiz Alonso y José Valdés. Muchos falangistas prepararon un movimiento para apoyar a los Rosales pero gracias a la intervención directa de Narciso Perales se evitó la muerte de Luis Rosales y la movilización a su favor. Tras la emisión de la entrevista que le realizó Soler Serrano en 1977, Rosales recibió una durísima carta anónima -que se conserva en el Archivo Histórico Nacional- firmada por uno de esos cien asistentes al enfrentamiento entre el poeta y Ruiz Alonso que se narraba en la entrevista. En ella podemos leer -no sin escalofrío- lo que supone casi una amenaza: “García Lorca, poeta, gran poeta por su trágica muerte, no era político, sí amigo, por maricón con todas estas gentes de izquierdas y maricones, que es lo que él buscaba, y le gustaba. Lamentamos su muerte, como lamentamos la de José Antonio, Calvo Sotelo, Víctor Pradera, y tantos y tantos que valían muchísimo más que el tan llorado poeta granadino, dejemos descansar a los muertos y usted siga haciendo el payaso como poeta, pues de poesía, yo que soy un profano en esa materia estoy por encima de usted. Fue una lástima que usted no fuera fusilado, hoy si así hubiera ocurrido sería usted uno de los primeros poetas de España y todos le cantarían y romperían sus plumas en alabanza a su gran poesía. Es usted una mierda puesta al sol y deje en su tumba quietecito a García Lorca.” Luis Rosales no sólo abandonó tras la guerra la militancia política del régimen y se distancio de él sino que en 1982 participó con el PSOE de Felipe González en la asamblea de intelectuales y fue invitado por algún partido de izquierdas a colaborar con él. El propio poeta declaró el 10 de septiembre de ese mismo año en una entrevista recogida en Informaciones: «A la derecha le molestaba mucho, y es natural, que yo estuviera enfrente. Y a la izquierda, le molestaba que yo entonces fuera falangista [...] y, sin embargo, me jugara la vida por la salvación de Federico. Y estuviese condenado a muerte por eso. Molestaba».
Durante la guerra civil, Luis Rosales se incorpora a la prensa nacionalista de Pamplona. En 1937 encontramos su firma junto con la de Pedro Laín, Luis Felipe Vivanco, Torrente Ballester o Eugenio d’Ors en el periódico Arriba España, publicación nacionalsindicalista. De allí pasó a Jerarquía, donde se editaron las Obras completas de Manuel Machado y la controvertida antología Poesía heroica del Imperio Español. Recordemos que ya Caballero Bonald se encargó de apostillar el papel de la poesía de la generación del 36 frente a la aleccionada interpretación del volumen como un mero ensalzamiento de los ideales nacionalistas de la España vencedora: «La poesía heroica del Imperio es, por otra parte, un difundido y glorificado lema, pero también lo es, en opuesto sentido, la poesía combativa de integración en la inmediata realidad —ya sea ésta entendida en su carácter objetivo o subjetivo—, donde la historia ha desplazado brusca y eficazmente a la leyenda»14. Tampoco estaría de más recordar que el prólogo de Luis Rosales a esa antología, «El desengaño del Imperio», no tiene su origen en la guerra civil sino en un trabajo anterior a la contienda y que constituyó el tema de su tesis de licenciatura: «El sentimiento del desengaño en la poesía del Siglo de Oro». No sería la primera vez que se alude al carácter barroco de su concepción poética. El interés de Luis Rosales por la época barroca viene corroborado por algunos de sus textos ensayísticos: Cervantes y la libertad, con prólogo de Ramón Menéndez Pidal, publicado en Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1960; segunda edición corregida en Cultura Hispánica, Madrid, 1985. En 1966 publica El sentimiento del desengaño en la poesía barroca, Cultura Hispánica, Madrid. En 1969 publica Pasión y muerte del conde de Villamediana, Madrid, Gredos. Ya en 1944 había publicado Antología y prólogo de Juan de Tassis, conde de Villamediana, Editora Nacional, Madrid. En 1970, Antología y prólogo de Poesía española del Siglo de Oro, Salvat, Barcelona; segunda edición aumentada en 1973. En 1972, Teoría de la libertad, Seminarios y Ediciones, Madrid. El mismo año, Lírica española, cuyo ensayo «Garcilaso, Camoens y la lírica española del Siglo de Oro» obtuvo el Premio Miguel de Unamuno, Editora Nacional, Madrid. No debemos tampoco olvidar que en 1982 obtuvo el Premio Cervantes y el Premio Cátedra de Poesía Fray Luis de León-Ciudad de Salamanca.
De todas las estéticas presentes en Abril, la vertiente neoclásica determinó que en las primeras lecturas críticas Luis Rosales fuera clasificado como poeta tradicionalista, una denominación que casaba perfectamente con el deseo de privilegiar una literatura que ensalzase la imagen sublimada de la España imperialista de la inmediata posguerra. El libro encabezaba en 1935 la corriente garcilasista que continuó vigente tras la guerra civil con la publicación de Garcilaso. Esta imagen de una poesía de raíz clasicista respaldada por la grandilocuencia verbal y determinada por el ropaje formalista, de carácter religioso y conservador, ha sido la que ha perdurado en la historia literaria con independencia de las individuales evoluciones poéticas de cada miembro de la generación. Nuestra tarea debería consistir en saber restituirle a cada poeta el lugar preciso que le corresponda. La imagen de la generación del 36 tantas «veces deformada por prejuicios ideológicos» necesitaba despegarse del «tópico que la descalificaba por su evasión ante unas circunstancias acuciantes, como las de la guerra y años inmediatos»15. En particular, y restringiendo el tema al autor que estamos tratando, se podría afirmar que, aunque algunos panoramas o historias de la literatura sí tienen en cuenta su posterior evolución, la mayoría de ellos presentan a Luis Rosales como un poeta de inspiración clásica y tono religioso, lo que en cierta manera es exclusivo sólo de una parte de su primera etapa.
Fue Félix Grande, en un trabajo firmado en el año 1979 y publicado como introducción a la Poesía completa, quien dijo que la figura de Rosales bien merece una vasta reparación. Se refería en aquel trabajo a la «inocua afrenta» que sufrió el poeta tras la guerra civil y a que un «capricho de la irresponsabilidad o la maldad ha juntado durante años el nombre de Rosales y el asesinato de Federico García Lorca»16. Pero también a las consecuencias que dicha ignominia habría provocado en el trato dispensado por quienes tenían en sus manos la competencia de señalar las directrices que seguía la evolución poética en aquellos años. Quizás a ello se deba que su nombre fuera eliminado de muchas antologías; que en los panoramas literarios se le considerara como un poeta falangista, defensor de unos valores no ya tradicionales, sino conservadores; que su trayectoria lírica no tuviera la repercusión que merecía; que muy pocos mencionaran su colaboración en Espadaña, o que se obviara el que en la evolución de su poesía el acento recayera en el sentimiento, en la existencia y en el dolor, tanto en su vertiente testimonial como en su condición temporal. Me parece adecuado acabar este apartado con una clarificadora cita del mismo Félix Grande en la que se manifiesta el sorprendente silencio con el que la poesía social había recibido la primera edición de La casa encendida:

No se advertía que la poesía, entendida como la valorización totalizadora de lo cotidiano, tenía contraída con ese libro una gran deuda. Digámoslo, si no con brutalidad, al menos con un poco de calor: casi todo hombre público tiene su leyenda negra. Rosales ha padecido la suya (tuvo que venir un francés de ideología inequívoca, Claude Couffon, a poner en claro el asunto, espero que de una vez por todas). Rosales padeció su leyenda con una fortaleza ejemplar. Pero que La casa encendida se encontró durante muchos años en un vacío intolerante e indocumentado, eso ya es un hecho17.


El desengaño convierte en tierra movediza la realidad

En los libros que Rosales escribió tras la guerra civil hay, efectivamente, un cambio de tonalidad, un recrudecimiento, una profundización de su sentido. La poesía como expresión de lo humano domina la poética de Rosales ya desde antes de la guerra, aunque bien es cierto que con ella se acrecienta. Y esa evolución desde la alegre celebración del mundo que nos ofrece Abril hasta la sosegada tristeza que se aprecia en Rimas, El contenido del corazón y La casa encendida se debe no tanto a una elección sino simplemente al dolor. Sin embargo, ante ese desengaño no existe la constatación de una desazón romántica, no hay grito —una de las características de la generación posterior—, no hay dolor. El recrudecimiento corre parejo a la bajada de tono.
A partir de Retablo Sacro del Nacimiento del Señor y, sobre todo, de La casa encendida, donde quizás este tema alcance su punto culminante, se aprecia una pérdida de la plenitud exaltada en Abril y un reconocimiento del sufrimiento como experiencia intrínseca a la condición humana. Es el momento en el que, entre la pureza respaldada por el grupo poético del 27 y la posterior revolución de la poesía española, se va fraguando paulatinamente una rehumanización. Ya en 1943 aparecieron los primeros volúmenes de la colección Adonais que sirvió como cauce a nuevos registros poéticos entre los que se observaba, como apuntaba José Luis Cano, un acento neorromántico. A la crisis del garcilasismo contribuyó no sólo el auge de este neorromanticismo que había interrumpido la guerra18, sino también el impulso revolucionario de Hijos de la ira y la aparición de un grupo antiformalista en torno a la publicación de la revista leonesa Espadaña, en la que predominaba una voluntad anticlasicista y, por tanto, antiformalista, que reivindicaba la liberación de los moldes clásicos y la «rehumanización» de la poesía, en clara réplica a la deshumanización del arte decretada en 1925 por Ortega.
Con ello no estoy obviando la vertiente más tradicionalista de la poesía escrita por Rosales en la inmediata posguerra, ni su adscripción directa a las revistas Escorial y Garcilaso, ni la cuidadosa atención prestada en ella a los problemas formales, ni su apego por estrofas y poemas clásicos como el soneto19. Pero ello no obliga, como se ha comprobado, a limitar a ella su capacidad creativa. En opinión de Pilar Gómez Bedate, estas primeras obras del autor podrían considerarse como meros experimentos, como una actitud de aprendizaje en la que el poeta trataba de encontrar su propia forma: «Si bien es cierto que el joven Rosales participó, con el cultivo de formas típicas del Siglo de Oro, en la intención de regeneracionismo y restauración de los valores nacionalcatolicistas que inspiró durante los años cuarenta la poética de la revista Escorial20 —y de la que él, afiliado entonces a la Falange, fue secretario de redacción—, también lo es que no es difícil observar cómo tales formas están, en su obra, marcadas por la intención experimental que había suscitado el neogongorismo de Abril»21.
En Retablo Sacro del Nacimiento del Señor, de 1940, vemos culminada su aproximación a la poesía religiosa. Cabría matizar al respecto que, excepto el caso de Unamuno o Gerardo Diego, no hay ni en los poetas del 27 ni en los del 98 una actitud religiosa del mundo, por lo que tal vez el hecho de que escritores de la generación del 36 como Luis Rosales, Vivanco, Ridruejo, Díaz-Plaja o Fernando Gutiérrez, entre otros, fueran católicos adquiriera unas connotaciones relevantes, sobre todo si tenemos en cuenta el papel que llegaron a tener ciertos organismos de difusión ideológica. Sobre su paso por la revista Escorial comentaba Rosales que, en lo referente a la postura religiosa, todos los miembros compartían «un cierto cristianismo existencial, abierto a las corrientes intelectuales de la época, aunque creo que quienes tuvimos una mayor preocupación en este campo fuimos Vivanco y yo. Me refiero tanto a una actitud metodológica como vital»22. Ese talante cristiano ya había sido la consecuencia ideológica más consistente de su paso por Cruz y Raya, «única razón para que yo tomara posición en la guerra junto a los nacionales, a los que me unían pocos elementos de carácter político»23. En una entrevista publicada en Ínsula, el año 1965 afirmaba: «Soy liberal, demócrata y monárquico» y añadía: «Y anticonservador». Tal vez esa sea la clave de esta aparente contradicción. No es la primera ocasión en la que desmitifica el papel político que le tocó realizar tras la contienda cargando las tintas a las circunstancias personales y geográficas ni la primera que llama la atención sobre la toma de conciencia: «El Alzamiento me pilló en Granada, y hasta que me llamó Dionisio Ridruejo a Pamplona, estuve prestando servicio militar en el frente. No hay que decir que el hecho más esclarecedor fue la muerte de Federico, que me hizo tomar conciencia radical de mi situación»24.
En cuanto a la vinculación política de Rosales, es suficientemente reveladora la anécdota que recoge Blas Matamoro en su entrevista al poeta sobre el semanario Vida española, una publicación cultural pero de intención política sufragada por el movimiento monárquico vinculado a don Juan de Borbón que él dirigió desde 1947, y la subida al poder de Franco, donde además explica que el grupo Escorial era «rigurosamente intelectual, sin ceder a ningún otro tipo de consideraciones ni presiones. Había un deslinde entre lo intelectual y lo político»:

Años después dirigí el seminario Vida española, publicación cultural, pero de intención política, pues estaba sufragado por el movimiento monárquico vinculado a don Juan de Borbón, Conde de Barcelona y padre de nuestro actual Rey. Era, por tanto, un órgano de oposición. Sacamos cuatro números, y al preparar el quinto, el entonces director de Prensa, un señor de apellido Cerro, para poner una trampa a la revista, me obligó a firmar, como cabeza de ella, un editorial conmemorativo de la fecha en que el Generalísimo había subido al poder. Consulté con el Consejo de Administración, formado por quienes pagaban la publicación y orientaban políticamente el órgano, acerca de cuál era la opinión monárquica sobre la fecha. Me dijeron que no les importaba perder el dinero que tenían invertido, pero que no consideraban correcto ceder a las imposiciones del Gobierno. Yo tampoco tenía nada que perder: era joven, no tenía dinero y sí tenía alegría. Escribí un editorial en que decía: «La victoria no tiene valor por sí misma, la victoria es el paso hacia la paz». Había una correlación entre ambos hechos: Franco representaba la victoria y la monarquía representaba la paz. Los españoles necesitaban la paz y nosotros la pedíamos [...] La revista fue suspendida sin dictarse ninguna medida expresa: las pruebas no me fueron devueltas y debimos tomar la callada por respuesta25.

En 1949 se publican La casa encendida, Escrito a cada instante de Leopoldo Panero, Continuación de la vida de Luis Felipe Vivanco y La espera de José María Valverde. Un año más tarde, hace su aparición «El método histórico de las generaciones» de Julián Marías, que contribuyó positivamente a la reafirmación de la generación. La creación de La casa encendida supone el acercamiento de la memoria a la palabra del alma, sus versos «nos van diciendo las cosas con realidad del alma, y al decirlas así van creando algo que no se aparta de la realidad, no se aparta del alma ni de la realidad de las cosas, sino cada vez las penetra más a fondo, las descubre más hondo, en su verdad más nuestra»26. En esa nueva palabra realista, que recoge la experiencia individual y el tiempo histórico, no queda excluida la configuración imaginativa, el conocimiento abstracto o la construcción surrealista. Sólo desde ellas podrá configurarse una nueva palabra que, sin abandonar los logros vanguardistas, vaya más allá del simple mimetismo. Recuerda Víctor García de la Concha que en la primera entrega de El contenido del corazón, publicado en el Cuaderno 9 de Escorial, Rosales ya esbozaba «los dos principios sobre los que ha de cimentarse la construcción poética: el recuerdo como instrumento de captación y el símbolo como fuerza creadora de la hermandad universal de las cosas»27. La memoria y el símbolo, lo real y lo abstracto, el conocimiento y la intuición, la intimidad y la metáfora. Fue 1949 también el año en el que se produjo la «embajada poética» a Hispanoamérica que protagonizaron Agustín de Foxá, Leopoldo Panero, Luis Rosales y Antonio Zubiaurre y que tantas consecuencias tuvo para ellos. Para Rosales fue el germen de la última entrega de La carta entera: Oigo el silencio universal del miedo.
La primera edición de Rimas es de 1951 aunque su redacción responde a un periodo amplio, como nos recuerda el propio autor en el mismo libro con dos fechas, 1937-1951. Este marco cronológico ayuda a descifrar con mayor claridad el cambio que va desde Abril hasta el despliegue imaginístico de La casa encendida. Se trata de un conjunto de poemas en los que predominan versos tradicionales, en especial el endecasílabo, aunque también hallamos la asonancia. No es demasiado aventurado escuchar a Bécquer y a Antonio Machado en estas rimas de intensa y delicada emoción. En este volumen utiliza Rosales la figura del náufrago como metáfora de la vida abocada indefectiblemente a un destino trágico: la muerte. Recordemos simplemente el que aparecía en el poema «Autobiografía» del libro Rimas: «COMO EL NÁUFRAGO METÓDICO QUE CONTASE LAS OLAS QUE LE BASTAN PARA MORIR; / y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores, / hasta la última, / hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente, / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería». En aquella ocasión, el paralelismo entre la figura del náufrago abandonado a su suerte mientras cuenta las olas que le quedan para morir y el hombre arrojado a un mundo incomprensible para él en el que no encuentra su rumbo resulta asombrosamente perfecto. Este naufragio será, en palabras de Luis García Montero, el «que acompañe a la poesía de Rosales desde Rimas hasta La carta entera [...] Todo este mundo ideológico, que responde a una religiosidad profunda, tiene poco que ver con el nacionalcatolicismo o con la beatería superficial»28. No en vano, el propio Rosales había señalado su vinculación con un existencialismo de carácter religioso: «A mí me interesaban, ante todo, dos grandes figuras del pensamiento católico en aquella época: Teilhard de Chardin y Gabriel Marcel. He sido un devoto y hasta he vivido recluido durante años en la filosofía existencialista, de Heidegger a Sartre y de Sartre a Gabriel Marcel»29. El lirismo individualista de Rosales trasciende la realidad para apostar por una palabra abierta e integradora.
Desde La casa encendida Rosales dirige la mirada hacia esa palabra integradora, una poesía total, en la que los géneros literarios borraran sus fronteras, en la que lo épico y lo narrativo no se diferenciasen de lo estrictamente lírico y en la que el ensayo y hasta la meditación de tipo filosófico tuvieran cabida junto al diálogo dramático de raíz existencialista. La pretensión de Rosales con esta etiqueta literaria era establecer una política generacional en la que se incluyeran, además de él mismo, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y José María Valverde. Con tal propósito, el mismo año que tuvo lugar la publicación en Madrid de La casa encendida apareció en el número 39 de la revista leonesa Espadaña el manifiesto «La poesía total» firmado por José María Valverde. Pese al breve interludio que supuso dicho texto en la vida de la revista, la fórmula poética allí expuesta fue la que continuó desarrollando Rosales en sus libros posteriores. Cuando en una entrevista, José Francisco Ruiz Casanova le pregunte si ese concepto de «poesía total» que defendía en Espadaña se puede continuar defendiendo en la actualidad —la entrevista estaba fechada en 1990—, Rosales responderá: «Sí, yo creo que es lo único que se puede defender. En eso nos ha dado el tiempo la razón».
La carta entera culminará este proyecto con una ambiciosa trilogía que lleva por títulos: La almadraba (1980), Un rostro en cada ola (1982) y Oigo el silencio universal del miedo (1984). Tenemos constancia de la voluntad del poeta por cerrar una cuarta parte que se hubiera llamado Nueva York después de muerto y de la que se conservan algunos borradores así como el itinerario trazado para ese viaje imaginario de la mano de Federico García Lorca. Desde Rimas y El contenido del corazón, Rosales había publicado Canciones (1973), Como el corte hace sangre (1979) y Diario de una resurrección (1979), poemas de composición libre fechados en agosto de los últimos tres años antes de su publicación que conservan la unidad de estilo y de tono pese a la variedad temática. Se trata de poner en claro su intención de borrar los géneros literarios, algo que concluirá con La carta entera: acercar la lírica a la épica y la épica a la narrativa. La expresión parte de un tono de extraña plenitud que parte del desengaño pero también de la alegría. Esta palabra sirve para reconstruir la memoria pero, como asegura José Carlos Rosales, sobrino del poeta, no se trata de «una memoria exclusivamente emotiva o íntima, sino más bien una memoria existencial, que, aunque construida con dosis notables de una cierta intrahistoria unamuniana, aspira a ser algo más que una crónica vital o anímica, y se propone rastrear o comprender el sentido de una existencia humana hostil, desesperante»30.
Rosales ha sabido ser ante todo un espectador, un lector apasionado de otros poetas, abierto al distinto tono de sus voces sin dejar que ellas modificasen la suya propia. Este es uno de los méritos que le reconocía Julián Marías cuando decía de él que el suyo había sido un andalucismo atemperado y sin lorquismo, pese a haber nacido a la poesía precisamente en Granada y hacia 1930. Bien asimiladas la retórica de la generación del 98 y la del 27, Rosales supo unir la temporalidad machadiana y la angustia unamuniana al irracionalismo estético, la confesionalidad y la emoción íntima a la veta religiosa y el clasicismo a la realidad cotidiana. Todo sabe incardinarlo en su antropología lírica, «pues lo que busca es una expresión trascendida de lo humano a través de la memoria, apoyada en los recuerdos. Lo ideal y lo intuitivo, lo real y lo irreal se encauzan en el permanente vivir y desvivirse del poeta. Viajar al fondo de la poesía rosaliana no es otra cosa que encontrarse con un confidente que ejerce de mago y visionario, de gurú y de vate, pero también de contagiosa persona desenfadada, usual y cotidiana»31.





1 En José Francisco Ruiz Casanova, «Entrevista con Luis Rosales», Luis Rosales. Premio Miguel de Cervantes, 1982, Barcelona, Anthropos, 1990, págs. 63-64.
2 Raúl Chávarri, «Nueva lectura de El contenido del corazón», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 257-258, 1971, pág. 553.
3 Luis Rosales en «Luis Rosales: Autobiografía literaria improvisada ante un magnetófono», Anthropos, núm. 25, Extraordinario 3, Barcelona, 1983, pág. 21.
4 «A ellos debo el primer encauzamiento recto, claro, eficaz de mi vocación poética», Luis Rosales, en Antonio Núñez, «Encuentro con Luis Rosales», Ínsula, núm. 224-225, julio-agosto, 1965, pág. 4.
5 En Federico García Lorca. Epistolario, t. I y II (introducción, edición y notas de Christopher Maurer), Madrid, Alianza, 1983, pág. 96.
6 Sobre las primeras colaboraciones de Luis Rosales en la revista Cruz y Raya puede consultarse el artículo de Sultana Wahnón «Las ideas estéticas de Luis Rosales entre 1934 y 1950», en Sultana Wahnón y José Carlos Rosales (eds.), Luis Rosales, poeta y crítico, Granada, Diputación de Granada, 1997.
7 «A Ortega lo traté en la posguerra, a su retorno. Antes de la guerra no, porque en el Madrid intelectual de entonces había dos clanes, el de Ortega y la Revista de Occidente y el de José Bergamín y la revista Cruz y Raya, y yo pertenecía al clan bergaminiano. No eran clanes inconciliables, como se vio en Escorial, donde estábamos Marichalar, que venía de la Revista de Occidente, y yo, que venía de Cruz y Raya, pero había una disidencia de base entre ambos grupos: Bergamín, influido por el pensamiento francés de Mounier y la revista Esprit, practicaba un cristianismo de izquierda, en tanto que a los orteguianos la política no les interesaba nada como quehacer intelectual, aunque algunos de ellos fueran sujetos políticos, el mismo Ortega en muchos momentos de su vida pública», Luis Rosales, en Blas Matamoro, «Conversación con Luis Rosales», CHA, núm. 400, octubre, 1983, pág. 38.
8 Luis Rosales, «Luis Rosales: Autobiografía...», op. cit., pág. 22.
9 Dámaso Alonso, «Unas palabras para Luis», CHA, núm. 257-258, 1971, pág. 342.
10 Luis Felipe Vivanco, «La palabra encendida», CHA, núm. 9, mayo-junio, 1949, pág. 726.
11 Víctor García de la Concha, La poesía española de 1935 a 1975, vols. I y II, Madrid, Cátedra, 1987, págs. 55-56.
12 Luis Rosales, La poesía de Pablo Neruda, Madrid, Editora Nacional, 1978, págs. 103-104.
13 María del Carmen Díaz de Alda, Luis Rosales: poesía y verdad (prólogo de Manuel Alvar), Pamplona, Eunsa, Ediciones Universidad de Navarra, 1997, págs. 88-89.
14 J. M. Caballero Bonald, «Apostillas a la generación poética del 36», Ínsula, núm. 224-225, julio-agosto, 1965.
15 Juan M. Marín Martínez, «Hacia una comprensión de la generación de 1936», CHA, núm. 325, julio, 1977, pág. 199.
16 Félix Grande, introducción a Poesía completa de Luis Rosales, Madrid, Trotta, 1996, pág. 11-12. A este mismo tema se había referido ya en su libro La calumnia. De cómo a Luis Rosales, por defender a García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte, Madrid, Mondadori, 1987.
17 Félix Grande, Apuntes sobre poesía española de posguerra, Madrid, Taurus, 1970, pág. 50.
18 El ensayo de José Díaz Fernández, El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura, publicado en Madrid por la editorial Zeus en 1930, comenzaba a ser popular. En él se propugnaba la politización del escritor, lejos del purismo vanguardista.
19 Luis Felipe Vivanco llega a señalar que en la intrahistoria del soneto se pueden establecer distinciones entre sonetos espirituales, anímicos y corporales o sanguíneos. A los primeros corresponderían los de Góngora y más recientemente Gerardo Diego y el Alberti de Cal y canto y del poema «A la pintura»: «A esta dimensión pertenecen también los primeros sonetos de Luis Rosales que más adelante va a ser un poeta de transición entre la forma espiritual pura y la anímica. Sonetos anímicos serían los de palabra más cercana al alma o los de vibración del tiempo mismo en la palabra», Introducción a la poesía española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1957, pág. 519.
20 «De la estética d’orsiana surgen las vertientes heroico-clásica y la clasicista-estetizante», dice Fanny Rubio, quien explica la influencia que ejercieron las ideas estéticas de Eugenio d’Ors sobre la poesía de la inmediata posguerra, como un claro precedente de la estética falangista, amparándose para ello en los trabajos que José Luis Aranguren le dedicó a D’Ors en los números 48 y 49 de la revista Escorial (“La filosofía de Eugenio d’Ors”): Las ideas de D’Ors en pro de la “Unidad, el Ecúmeno, Roma, el Imperio”, y contrapuestas a la “Dispersión, el Exótero, Babel y las Naciones”, defienden unas aspiraciones centralistas que dominan todo el panorama de los años cuarenta», Fanny Rubio, en «La poesía española en el marco cultural de los primeros años de posguerra», CHA, núm. 276, julio, 1973, pág. 447.
21 Pilar Gómez Bedate, en «La poética de Luis Rosales», Luis Rosales. Premio Miguel de Cervantes 1982, Barcelona, Anthropos, 1990, pág. 82.
22 Luis Rosales, en Blas Matamoro, op. cit., pág. 38.
23 Ibíd.
24 Antonio Núñez, «Encuentro con Luis Rosales», op. cit., pág. 4.
25 Blas Matamoro, op. cit., pág. 34.
26 Luis Felipe Vivanco, «La palabra encendida», op. cit., pág. 732.
27 Víctor García de la Concha, La poesía española..., op. cit., pág. 840.
28 Luis García Montero, El náufrago metódico, Madrid, Visor, 2005, págs. 35-36.
29 Blas Matamoro, op. cit., pág. 38.
30 José Carlos Rosales, «La carta entera es una carta abierta», en Luis Rosales después de Luis Rosales (Xelo Candel Vila, ed.),Valencia, Editorial Denes, Calabria-monografías, pág. 76.
31 Florencio Martínez Ruiz, en «Luis Rosales: vida, pasión y transfiguración de la palabra», Anthropos, núm.. 25, 1983, op. cit., pág. 44.

6 nov 2011




Da el salto al día
paga el frío acostumbrado
se desnuda del deseo
y hunde las manos en la tierra.

La palabra es el miedo.
La voz es el miedo.

Cuando llegue el silencio
Dejará de ver.
Viento será su nombre.

Agua.  
            Hueco.
                        Ausencia.