Que se calle la muerte,
que sordo se adormezca
el vino noble de la piedra,
que se callen las sombras,
la tarde impenitente calle,
la luz última
del último mar,
que su aroma se ofrezca
más allá del fuego,
aúlle el niño, mienta la madre
y los cuerpos se sucedan,
que acabe breve el camino,
la bondad de los años
en su desvarío se temple,
el cálido temblor de las voces
deje su huella en las ventanas
y cieguen los ojos
antes del desencuentro,
que el dolor inmisericorde,
el desvelo, el infortunio
otorguen, al menos, su consuelo.
Sea en su último destierro la vida
un lento abrazo encanecido,
sienta el rumor mineral de la tierra
bajo las ascuas y crezcan
las ramas blancas de la mañana.
La arena, XCV, 2007
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